Me
gusta despertarme,
estrecharle
mis brazos,
haciéndole
saber que no lo olvido,
aunque
a veces no venga a saludarme,
y
aunque a veces no sepa en dónde hallarlo.
Me
gusta cuando llega de imprevisto
colándose
en mis ojos,
metiéndose
en mi cama,
haciéndome
cosquillas hasta rendirme.
Le
sirvo el desayuno, se lo bebe,
se
pone la camisa apresurado
y
se va sin decir nada de nuevo.
Le
dejo mis ventanas entreabiertas
por
si mañana vuelve.
Sandra
Ignaccolo
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